lunes, 23 de junio de 2014

El Buda Azul. Akshobya: el imperturbable





Akshobhya está sentado en un trono de loto azul, apoyado sobre cuatro elefantes. Su cuerpo brilla con una luz azul intensa del color del cielo tropical nocturno. Su cabello es oscuro y se sienta en la postura de loto completo. Sonríe e irradia luz. Tiene la mano izquierda relajada sobre el regazo. En su palma hay un vajra dorado en posición vertical. Su mano derecha va hacia la tierra. Las puntas de sus dedos tocan el tapete de luna blanca sobre el cual está sentado. Este gesto nos habla de la llegada al hogar. Está tocando el suelo sobre el cual se asienta la existencia. Es la respuesta a todas las preguntas. Su figura transmite una confianza inalterable. Tiene tan fuertes raíces que nada podría agitar su tranquilidad. Al entender el significado de su mudra, los habitantes de su reino alcanzan la sabiduría y entran a una etapa del sendero hacia la iluminación del cual ya no retrocederán. En su corazón hay una sílaba formada por una luz azul claro, hung, símbolo de la integración de lo individual y lo universal. Este sonido llega a todos los rincones de su reino: om... vajra... Akshobhya... hung. Todo es un reflejo perfecto en el espejo de tu mente.

Un voto inquebrantable: no caer en la ira

En un relato original de la escuela mahayana, el Buda Shakyamuni describe la historia de Akshobhya. Hace muchas eras, en una tierra llamada Abhirati (intenso deleite), un Buda de nombre Vishalaksha se encontró con un monje que quería hacer el voto de llegar a la iluminación para el beneficio de todos los seres. El Buda le advirtió que ésa era una misión tremenda, ya que tendría que renunciar a cualquier sentimiento de ira. Vishalaksha hizo entonces el voto de nunca dar lugar a la ira ni a la malicia y jamás involucrarse en la más mínima acción inmoral. Durante eones se mantuvo imperturbable (“Akshobhya” en sánscrito) y, como resultado, se convirtió en el Buda Akshobhya.

Sabiduría penetrante como un rayo.

En el texto de la Perfección de la Sabiduría en 8 mil Versos se habla de él. Es una figura de especial importancia en los tantras. Como todos los Budas del mandala no está solo; es la cabeza de una kula o “familia” de figuras espirituales. La suya es la familia Vajra. Akshobhya sostiene un vajra como un cetro de diamante. Es un emblema de soberanía que muestra Indra, el rey de los dioses en la tradición india. El budismo tántrico ha resuelto ya el acertijo que pregunta: “¿Qué sucede cuando una fuerza irresistible se encuentra con un objeto fijo?”. Sencillamente fundió ambos en un vajra, el cual tiene todas las cualidades inmutables de un diamante, tan fuerte que nada lo puede cortar ni dejarle impresión alguna. Al mismo tiempo, es el rayo que puede destrozar cualquier cosa que obstaculice su camino.

El simbolismo del vajra.

Todo lo mundano es cambiante, de manera que el vajra es un símbolo de la realidad y, por extensión, de la sabiduría intuitiva que se percata de ella. El vajra que se utiliza en un ritual tántrico tiene, en su centro, una forma ovoide que representa la unidad primordial de todas las cosas antes que “caigan” en el dualismo. De cada extremo del ovoide surgen unas flores de loto. Con ellas nace el mundo de los opuestos, incluyendo los extremos del samsara y el nirvana. De cada loto emerge la cabeza de un makara, una especie de cocodrilo cuya naturaleza anfibia sugiere el encuentro de los supremos niveles conscientes con las profundidades inconscientes. Los extremos del vajra se ramifican en cuatro puntas, que terminan por reunirse en una sola. Además, a través de todo el vajra corre un eje. Si vemos el extremo de un vajra podemos notar una configuración de mandala, con cuatro rayos en torno a un punto central.

Odiar el odio.

Uno de los extremos del vajra representa las cualidades negativas que nos atan al samsara y el otro simboliza las cualidades espirituales que nos liberan del mismo. El tantra en su perspectiva los une a ambos. El mismo eje corre a través de los dos mandalas, el del samsara y el del nirvana. Para el tantra, si se les reencauza, las energías que se generan la avidez, el orgullo y otros estados torpes pueden servir como combustible para llevarnos hacia la iluminación. A Akshobhya se le relaciona no sólo con la sabiduría, sino también con el amanecer, el agua y hasta con el odio y los infiernos. Cuando sentimos odio hay una precisión clara y fría en la manera en que vemos los defectos de las cosas. Es un estado desprovisto de sentimentalismos y vaguedades. Sólo tenemos que darnos cuenta de cuál es el verdadero enemigo. De tal forma, si tornamos ese odio hacia el sufrimiento y la ignorancia y sentimos una inclinación a destruirlos, esa energía nos conducirá a la tierra pura de Akshobhya y no ya a los infiernos de la violencia y la desesperación.

Mara desafía a Shakyamuni.

¿Cómo surgió Akshobhya? El antecedente es un importante episodio en la vida de Shakyamuni, el “llamado a la diosa Tierra para que dé testimonio”. La leyenda describe al Buda sentado a la sombra del árbol, tratando de alcanzar la iluminación por medio de la meditación profunda. Su esfuerzo llamó pronto la atención de Mara, personificación de todo lo mundano que nos ata a la rueda de la existencia condicionada. Lo último que Mara quiere es que alguien se escape de su reino, así que cuando vio lo lejos que estaba llegando aquel meditador le envió sus poderosas tropas. Le lanzó rocas y lo atacó con sus armas, pero Shakyamuni siguió meditando tranquilamente. Como no pudo trastornarlo por la fuerza, Mara envió a sus hijas para que lo sedujeran. Sin embargo, el Buda ni las miró. Entonces, Mara intentó algo más truculento. Se acercó al Buda y le dijo: “Estás sentado en el mismo lugar donde se sentaron todos los Budas que llegaron a la iluminación en tiempos antiguos. ¿Con qué derecho te sientas en ese mismo sitio?”

La tierra otorga un testimonio de calidad.

El Buda respondió, “durante eones he practicado la generosidad, la disciplina ética y otros entrenamientos espirituales, de modo que me he ganado el derecho a estar en este sitio”. Mara fingió no estar satisfecho con esa respuesta y dijo: “Tú dices eso pero, ¿quién dará testimonio?” El Buda no dijo nada. Sencillamente, tocó la tierra con la punta de los dedos de su mano derecha y, frente a él, surgió la diosa de la Tierra, quien declaró: “Yo daré testimonio. Durante eones lo he visto purificarse realizando prácticas espirituales”. Este gesto disuadió a Mara y Shakyamuni siguió meditando hasta alcanzar la suprema y perfecta iluminación.

La tierra nos sustenta.

La Tierra conserva fielmente los signos de todo lo que sucede sobre ella. Si uno rastrea a través de sus estratos puede reconstruir su historia. Cada acción ha tenido sus efectos. La Tierra es testigo mudo de las vidas y las batallas de los seres humanos. Lleva las cicatrices de sus construcciones y destrucciones y acoge su polvo cuando llega el fin de sus días. Akshobhya hace el mismo mudra que Shakyamuni cuando desafió a Mara, el gesto que expresa la cualidad de ser inalterable.

Sabiduría semejante a un espejo.

Uno podría suponer, con toda razón, que es precisamente la tierra el elemento que se asocia con Akshobhya, pero no es así. Su elemento es el agua. La sabiduría especial que encontramos en el oriente, el cuadrante donde reina Akshobhya, es la sabiduría semejante a un espejo. Con esta sabiduría vemos todo tal como es, de manera imparcial y sin que nada nos afecte. Pongamos frente al espejo una rosa fragante o la daga de un asesino. El espejo reflejará ambas tal como son. No juzgará la diferencia entre el color rojo que hay en una u otra. No deseara retener a la primera ni ahuyentará a la segunda. La mente iluminada refleja todo a la perfección pero no se mancha con nada, igual que las aguas serenas de una bahía pueden reflejar perfectamente una balsa o un palacio, sin sentir la necesidad de elegir entre uno de los dos. Esta capacidad del agua de funcionar como un espejo es lo que la relaciona especialmente con Akshobhya.

Todo sobre la base de la experiencia.

Ningún reflejo se le queda pegado al espejo. Éste no rechaza nada de lo que se le pone enfrente. Un espejo nunca reacciona. Permanece siempre imperturbable. Cuando uno alcanza este estado de la práctica y deja de producir nuevo karma, permitiendo con serenidad que el drama del nacimiento y la muerte se representen por última vez, ha entrado ya en la tierra pura de Akshobhya. Ya vio la figura azul del Buda inmutable que sostiene el cetro diamantino, con el cual traspasa y hace añicos todas las ideas y conceptos acerca de la realidad. Asimismo, con sus dedos toca la tierra. Ésta es la experiencia directa, lo único en lo que, al final de cuentas, podemos confiar.

Thuk Je Che Tíbet.

domingo, 15 de junio de 2014

“RECONCILIATE CONTIGO MISMO Y DILE SI A LA VIDA”


Muchas veces estamos tan ocupados quejándonos de lo amarga y difícil que es la vida, que nos olvidamos de apreciar el simple hecho de seguir vivos es ya un regalo, un honor, una oportunidad y al mismo tiempo un reto diario, nuestro propio desafío.
La vida puede darte muchas lecciones. Alguna serán dulces y deliciosas, otras en cambio serán amargas y duras. Nadie dijo que vivir fuera fácil, que no habrían problemas y que todo sería color de rosa, y si así te lo dijeron, entonces te mintieron, porque la vida está compuesta de un sinfín de momentos, de altas y bajas, errores y aciertos, momentos de alegría y tristeza, dolor y sonrisas, todo sin un momento específico, sin una fecha exacta para estar preparado, nunca se está preparado para sufrir, sin embargo el mundo sigue girando y sin importar si estas o no preparado para las pruebas de la vida, cuando llegan tienes que enfrentarlas de manera indiscutible, por ello, no te enojes con la vida, con el universo ni contigo mismo.
No te culpes cuando las cosas no salgan como esperabas, no alargues tu sufrimiento recordando una y mil veces el dolor vivido, las veces que te equivocaste y sintiéndote arrepentido una y otra vez.
Reconcíliate contigo mismo, entiende que eres un ser humano que tiene debilidades, que estas en constante crecimiento, que las cosas que has vivido han sido parte de ti para que aprendas algo.
Encuentra ese algo escondido, desenvuelve tus regalos ocultos en las adversidades, en el dolor e incluso en las perdidas.
Reconcíliate contigo mismo decidiendo vivir una vida mejor que la que has vivido hasta ahora. Decídete a compensar con tu presente y futuro el pasado que ya paso y que revivirlo es doloroso.
Elige ser diferente, perdónate a ti mismo como principio y después abre tu corazón para entender los errores de otros, perdona entonces, no tienes que decirlo, sólo sentirlo, regalarte ese perdón para ti mismo, para liberarte de cargas pesadas que no tiene sentido seguir cargando.
Reconcíliate contigo mismo desde ahora, convéncete de que eres valioso aún a pesar de todos los errores que en la vida hayas cometido, perdónate y demuéstrate que has cambiado, no prometas a nadie que serás distinto, sólo hazlo porque así lo decidiste, demuéstrate a ti el nuevo ser humano que eres, ese ser humano que se ama y aprende de la vida, que encuentra lo bueno de las cosas aún más amargas, reconcíliate contigo mismo ahora y dile si a la vida, si a vivir con pasión y alegría, si a disfrutar el camino hacia tus sueños, dile si a una nueva vida, llena de reflexión, apreciación y amor en cada momento.
Cuando aprendas a dejar ir el dolor del pasado, perdonar de corazón y cambiar la culpa y el arrepentimiento por decisión de cambio y buenos sentimientos, notarás que vivir la vida es el más grandioso regalo que nunca nadie, te volverá a otorgar. Disfrútala ahora!.
Gassho

Budismo Zen
15.06.2014